¿Unos de los mejores minutos musicales de la historia?
¿Quién no ha tenido nunca esa típica discusión con un colega acerca de cuál es la mejor canción o el mejor grupo de la historia? Por supuesto, nunca se llega a una conclusión: que si The Beatles, que si Queen, que a mí me gusta el metal y como Iron Maiden o los Judas no hay nadie… Habrá incluso quien sostenga que David Bisbal es el mejor cantante de todos los tiempos. Todo es discutible. Algunas posturas son más discutibles que otras, pero son discusiones que siempre gustan son entretenidas.
Bueno, pues hace unos días mientras volvía a casa, me dio por escuchar Sultans of Swing, de Dire Straits. Algunos, la mayoría tal vez, penséis “sí, es un gran tema… pero ¿uno de las mejores del mundo?”. Bien, yo no me atrevo a asegurarlo, pero sí voy a defender lo que a mí me parece una de las mejores canciones que conozco. Vaya por delante que soy un simple aficionado a la música, pero hay algo que siempre he pensado: si un grupo (o solista) en directo suena mejor que en estudio, entonces estamos ante una gente que se merece todo nuestro respeto. Si no… bueno, el photoshop también hace milagros.
Y cuento todo esto porque esta canción de la que estoy hablando, Sultans of Swing, en todas sus versiones en directo supera con creces la versión de estudio. De hecho, la versión de estudio, publicada en el primer álbum del grupo, Dire Straits, en 1978, no deja de ser, a mi gusto, una canción más. Decente, pero sin nada diferente como para que pasara a la posteridad. Seguro que no soy el único, pero esta canción yo la conocí gracias al primer álbum en directo que publicaron seis años más tarde, en 1984: Alchemy. Esta versión tiene, en mi opinión, uno de los mejores riffs de guitarra que he escuchado. Mark Knopfler está sublime imprimiéndole a la guitarra ese sonido característico al tocarla con los dedos y no con púa. Y es justo ese riff del final, que aparece en esta versión y no en la original, lo que le da a esta canción un toque tan magnífico.
He de agradecer a mi padre, que siempre tuvo un gusto musical muy abierto y al que siempre le apasionó el sonido guitarrero, el haber conocido una versión todavía mejor de este, ahora sí, temazo. Teníamos en casa y en VHS, no sé muy bien cómo llegó, el concierto que dieron Dire Straits en 1985 en Wembley durante su gira Brothers In Arms, cuyo disco merece un post aparte y que personalmente califico de “disco redondo” (término que tomo prestado de los hermanos Bejerano). Y es que es en este concierto donde los Dire Straits consiguen la cuadratura del círculo y consiguen superar su obra maestra.
Como pasa con la versión del Alchemy, el desarrollo del tema suena menos encorsetado que el original. Se nota cómo la melodía fluye más libremente con respecto a la versión de estudio. Pero la gran apoteosis, ¡ay, que me vengo arriba!, llega a partir del minuto 6:20 en el vídeo que comparto sobre estas líneas. Después del gran riff que ya nos presentara Mark Knopfler un año antes a cargo de una guitarra sublime, entran a escena acompañando a la reina de cuerdas ni más ni menos que un piano y un saxofón. Dos instrumentos armónicos con tanta personalidad como son la guitarra y el piano no son fáciles de armonizar sin que terminen pisándose el uno a otro. Y si encima les añadimos un instrumento melódico con tanta sonoridad como el saxofón, la fiesta la tenemos servida.
Pues con estos ingredientes, los Dire Straits consiguen cocinar un plato digno de un rey. Justo depués del riff que comentaba antes, la obra se toma un pequeño respiro. Una guitarra fatigada deja paso a un piano pausado y reconfortante con el que mantiene una conversación en la que contrastan los punteos agudos, arrastrados y en ocasiones cortantes de la guitarra, y el timbre más grave del pìano, que habla con sílabas más largas. Todo esto de una manera muy sutil, y que da la sensación de que el teclado consigue calmar las prisas de la guitarra y dejarla adormecida. En el 7:14 la guitarra calla y el piano se queda solo durante unos segundos. Se encuentra con un saxofón meloso, con el que conversa brevemente y, poco a poco, va cediéndole terreno hasta que termina dándole el relevo y se despide.
Y en el minuto 8:09 se produce una de las mejores combinaciones musicales, si no la mejor, que he escuchado nunca. La guitarra, que llega con fuerzas renovadas después de un minuto escaso de descanso, se presenta al saxofón y comienzan otra conversación en la que la guitarra pregunta y el saxofón contesta de la forma en la que sólo pueden hacerlo dos amantes al conocerse: subiendo la temperatura en cada frase y provocando que los focos de la escena recaigan sobre ellos mientras se van entrelazando entre sí. Se aceleran el ritmo el uno a otro, subiendo progresivamente la tensión del encuentro hasta que, allá por el minuto 9:38, el saxofón se rinde y le deja definitivamente el mando a la guitarra, que toma las riendas de la canción con un saxofón complaciente y siempre buen acompañante, que permite al resto de instrumentos, que han ido creciendo contagiados de la excitación generada, elevarlos al éxtasis medio minuto más tarde. Finaliza esta orquesta con una guitarra exhausta alentada por la percusión hasta el final de la canción. La ovación del público es el final perfecto para lo que, al menos yo, considero unos de los mejores minutos musicales de la historia.